jueves, 22 de enero de 2009

HAY QUE SER HUMILDES, SEÑORES ECONOMISTAS.


Perdonadme que os dé la lata con un texto que, más o menos, ya os he puesto en este blog. Resulta que como consecuencia de la nueva programación en Radio Aicante, mi espacio ha cambiado de formato y ahora hago el cierre de la emisión local matutina de los martes, con un espacio algo más reducido. A mi me parece bien, porque a veces tiene más impacto la pincelada final (voy a llamar así a mi mini espacio: "La pincelada final", ¿qué os parece?), aunque sea más breve, que una perorata más larga a mitad del programa. El caso es que esta parte del último artículo en el formato anterior no pude leerla por falta de tiempo. Y ahora la he reescrito, porque no soy capaz de privarme del gusto agridulce de reconvenir a los todopoderosos y presuntamente sabios economistas, que rigen las finanzas mundiales, que hayan demostrado de forma tan vergonzosa su incompetencia en esta crisis que nos está haciendo la pascua a todos los curritos de a pié. Que os sea leve.


ECONOMISTAS NO, GRACIAS.
Si yo fuera economista no se lo diría a nadie, no fuera que se riesen de mí. Porque, admitámoslo, el de los economistas es un gremio que últimamente ha hecho un ridículo espantoso.
Hasta hace poco, los economistas gozaban de un inmerecido prestigio. Eran, o se creían, tan importantes que hasta exigieron que se creara un nuevo Premio Nóbel de Economía para premiar sus gracias. Porque claro, ellos eran los que sabían los secretos del dinero, y en este mundo actual de consumo y dividendos, no hay nada más importante que el dinero, ¿verdad? Pues no, se equivocaban, que más importantes que el dinero son las personas; y no solo más importantes, sino también imprescindibles a la hora de explicar los fenómenos sociales. Y una gran crisis económica es, sobre todo, un terrible fenómeno social que provocan y sufren las personas. Y eso, a pesar de los economistas, es lo importante. Porque, vamos a ver: si ninguno de esos prestigiosos premios Nóbel y famosos augures de las finanzas fue capaz de ver llegar a tiempo la enorme crisis económica mundial que hoy nos aqueja, ¿para qué sirven? Si solo son capaces de explicar lo ocurrido a toro pasado, y ese diagnóstico no nos vale luego para prevenir futuras desgracias, ¿para qué sirven? Si ahora los vemos dar palos de ciego, inyectando grandes cantidades de dinero a los bancos e industrias del automóvil, intentando apagar el incendio que algunos de sus colegas más audaces han provocado, ¿para qué sirven?
Y si al final todo depende de un parámetro denominado “confianza”, que es un estado de ánimo y, como tal, espiritual e intangible, ¿no estarían mejor estudiando Psicología que Economía? Si todas nuestras esperanzas están depositadas en que Obama sea capaz de convencer a sus compatriotas para que arrimen el hombro y venzan a la crisis, los economistas deberían darse un baño de humildad, y deberían darse cuenta de que son las personas las que pueden salvar esta situación y no sus abstrusos cálculos inútiles.
En fin, amigo, no sea usted economista y piense en las personas.

Miguel Ángel Pérez Oca.
(Leído en Radio Alicante el 27-1-2009)

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