viernes, 24 de septiembre de 2010

MI AMIGO VASCO, MIS AMIGOS VASCOS.


Hacía 44 años que no nos veíamos. Estuvimos juntos en el campamento de reclutas de Sidi Ifni (entonces Africa Occidental Española). Entre los dos hacíamos un mural de nuestra compañía, la 5ª, en el que yo dibujaba y él rotulaba las caricaturas y chistes con los que, entre líneas, contábamos la triste realidad de aquella vida de sometimiento y humillaciones a las que nos sometían los militronchos franquistas. Había que tener optimismo y sentido del humor para poder sobrevivir, y no todos lo conseguían. Después, a mi me destinaron a Tiradores de Ifni nº 1 y a él a los servicios del mismo Campamento. Me pasé casi toda la mili en las montañas de la frontera, y alguna vez que bajé a la capital y pregunté por él me dijeron que estaba enfermo en el Hospital.

Durante más de 40 años, tanto él como yo tratamos infructuosamente de localizarnos. Pero un día llegó Internet y lo hizo posible. El año pasado organizamos en Alicante una Comida de Veteranos de Ifni y mi número de teléfono apareció en una página web que él leyó, y me llamó. Al fin, mi amigo vasco había resucitado de entre el limbo de los recuerdos.

Hace unos días, Suni y yo fuimos a visitar a mi amigo y a su mujer. Viven en una de esas ciudades industriales que conforman el complejo urbano de la Ría de Bilbao, en una típica casa vasca, de piedra con ventanas y contraventanas de madera, que fue en otros tiempos hogar de los empleados de alguna gran empresa industrial. Ahora restaurada, resulta muy acogedora y cómoda. Cuando llegamos a la Estación "Abando - Indalecio Prieto" estaban esperándonos para pasar una semana juntos. Suni y ella conectaron inmediatamente; nosotros nos reconocimos de inmediato y apenas rememoramos viejas batallitas. ¿Para qué? Nos las conocíamos todas y era preferible reanudar sin más aquella vieja amistad, como si solo hubiera pasado un día desde entonces. Aunque en aquella época teníamos toda una vida por delante y ahora la tenemos ya por detrás; entonces éramos dos mozalbetes inseguros y espectantes ante la vida y ahora somos dos carcamales jubilados que ya están de vuelta de todo.

Me ha sorprendido Bilbao, que yo recordaba de una vez, de paso hacia Cantabria, como una ciudad oscura y oxidada, ahogada en humos amarillentos. Este Bilbao de ahora es una urbe moderna y bonita, un prodigio de urbanismo humanista, con su Guggenheim, sus originales puentes y edificios, limpia y acogedora.

Visitar la sagrada Gernika, compañera de Alicante en ser víctima de un bombardeo criminal cuando la Guerra, con su árbol y su casa de juntas repleta de Historia, emociona.

Ver una regata de traineras en la Concha de San Sebastián y, después, indiferente a ciertas pintadas, ponerse morado de pintxos es un placer de dioses.

Comer pescado en el puerto de Getaria, a la sombra de Juan Sebastián Elcano, me hizo recordar a Enrique de Sumatra, compañero de viaje del marino vasco y personaje de una de mis novelas.

Llegarse a Cantabria y perderse en la inmensidad arenosa de las playas de Santoña, donde Juan de la Cosa dibujó el Mundo, resulta desconcertante para un Alicantino acostumbrado a ver salir el sol por el mar.

Viajar por Euskadi y sus aledaños es una experiencia inolvidable. Sobre todo si este viaje es el telón de fondo de un reeencuentro con una entrañable amistad rediviva después de 44 años.

Gracias por vuestra hospitalidad y vuestro cariño, Manolo y Miritere.

Miguel Ángel Pérez Oca.

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