domingo, 31 de julio de 2011

EL MONSTRUO DE OSLO.




Se veía venir. No en Oslo, precisamente; porque Noruega siempre nos ha parecido un remanso de paz ciudadana, un lugar donde la buena educación, la cultura y la tolerancia hacían imposible la crispación. Pero, amigos, Internet llega todos lados, e imbéciles hay en todas partes. Hay quien se quita el complejo de inferioridad paseando por la calle un perro peligroso o pilotando un coche espectacular o luciendo una novia rubia y atlética. Pero hay gente dada a las posiciones extremas que no se conforma con eso, y reacciona ante las provocaciones de la extrema derecha por Internet, prensa, radio y televisión haciendo alguna barbaridad.
Hace ya tanto tiempo que no recuerdo la primera vez que me sorprendió, que recibo en mi ordenador correos estúpidos cargados de xenofobia y mal entendido patriotismo racial. La extrema derecha, incluso la nuestra local, nos agobia gritando que viene el lobo islamista, que los inmigrantes nos van a arruinar y a quitarnos el trabajo, y que los socialistas tienen la culpa, con su permisividad culpable; insinuando que esta permisividad es intencionada, para destruir la sagrada Patria, la Raza, y demás valores inamovibles. Hasta ahora, me había limitado a echar estos panfletos impertinentes a la papelera electrónica, pero ya me estaban cabreando cuando ha pasado lo de Oslo y la isla llena de adolescentes masacrados. ¡Ya está bien!
Podríamos poner ejemplos de periódicos y emisoras de radio y televisión de nuestro país que se regodean con estas argumentaciones neofascistas (neofranquistas en nuestro caso). Y estas cosas siempre encuentran a algún loco que les dé crédito, todavía más si la derecha presuntamente moderada no las condena abiertamente sino que les da alas con insinuaciones y apoyos velados.
Y así, la rapiña de unos votos y las secuelas de los fascismos del siglo XX producen un creciente y alarmante fenómeno, que en América se llama Tea Party, y en Europa, Le Pen (hija), neonazis ingleses, polacos ultra católicos y ultra puritanos escandinavos, entre otros. En España, los voceros del odio racista aparecen por periódicos de derechas que admiten en sus páginas resabios franquistas, y emisoras de radio y televisión que nos dan la tabarra ultra, impunemente, cuando recorremos el dial.
Si esta vez ha ocurrido en la pacífica y ejemplar Noruega, mañana puede ser aquí o en cualquier otro lugar. Un cretino presuntamente "patriota" y con alma de justiciero bíblico nos puede destrozar la fiesta democrática, y entonces algunos condenarán hipócritamente la acción del monstruo o monstruos, ignorando deliberadamente que han contribuido a la masacre echando leña al fuego.
La próxima vez que reciba un correo xenófobo me ciscaré en la prostituta progenitora del autor del infecto panfleto, con perdón de la señora que, seguramente, no tendrá la culpa de haber parido un cretino.
Que conste.
Miguel Ángel Pérez Oca.

sábado, 23 de julio de 2011

GOOD BYE, MISTER CAMPS.





¡Y se ha ido antes que Zapatero! ¡Qué risa! Dio su discursito victimista, heroico y retórico, sin reconocer su culpabilidad,

¡faltaría más!, abrazó a todos sus "amiguitos del alma", se fue y no hubo nada. Todos le devolvían el abrazo, aunque en la mayoría de los casos, uno adivinaba miradas de alivio, algo así como si le dijeran por lo bajini: "Venga, venga, sí, sí, eres muy bueno, lo que tú quieras... pero, lárgate ya". Por lo visto, Trillo (otro que tal baila, especialista en ver la paja en el ojo ajeno) había venido a convencerle de que reconociese su culpabilidad y así se ahorraba el sofocón de verse en el banquillo, pero él no pudo resistir tamaña ofensa. - ¡Uy lo que me ha dicho! ¿Reconocer mi culpabilidad, como si fuera un roba gallinas? ¡Jamás de los jamases, yo soy un señor y los señores nunca son culpables! ¡Hasta ahí podíamos llegar! ¡Yo solo respondo ante Dios y ante la Historia! - Pues, hala, te tendrás que marchar, porque no vamos a tener a un Molt Honorable President de Comunitat frente a un tribunal en plena campaña electoral. - Pues me voy. - Pues te vas. - Pues tú bien que aguantaste el tipo cuando lo del Tupolev. - No es lo mismo. - Claro, lo tuyo fue una tontería de nada, ¡No te jode! - Oye, a mí no me compliques la vida, ¿eh? que yo no sé nada, yo te digo lo que me ha dicho Rajoy. - Rajoy se va a enterar. - Pues que se entere. - ¿Entonces, me tengo que ir? - Y el enviado del Jefe Supremo, Providencial y Carismático (!) afirmaría en silencio. - ¿Y si no me voy? - Pues tendrás que reconocer tu culpabilidad. - ¿Y si no la reconozco? - Pues será peor... mucho peor. - Y unos sudores fríos recorrieron, con toda seguridad, la amplísima frente del hombre de las visitas papales, los eventos deportivos internacionales, el adiós a las Cajas, el déficit grandioso y los trajes. Bajó la mirada, se encogió de hombros y casi murmuró, apenas audible: - Vale, pues me voy, pero no renuncio al escaño, que si no pierdo el aforamiento. - Vale, pues te vas. - Y mister Camps se deshizo en llantos como una Magdalena, antes de maldecir a los sastres y caer desmadejado sobre la alfombra. Afortunadamente, el señor Trillo, al que nada se le escapa (bueno...), había traído su frasco de sales.

Todo este diálogo es inventado ¿eh? y cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia, que estas cosas se hacen a puerta cerrada y a saber qué se dijeron los angelitos y cuáles fueron los argumentos que utilizó el Trillo para convencer al Camps.

Las crónicas no han dicho si Rita Barberá se cayó de culo al saberlo y si los dos que ya habían reconocido su culpabilidad, a consejos de Trillo, se ciscaron en algún familiar allegado de alguien. Lo cierto es que Rajoy, después de pedirle, vía Trillo, que reconociera su culpabilidad, ahora va y dice que es inocente, víctima de las insidias de los enemigos de la Patria. ¿Qué le dirán ahora a los incautos que les votaron hace tan solo unos meses? "Votad a un presunto culpable de cohecho impropio", debería haber sido el slogan si la honradez y cierta clase de política fueran compatibles. ¿Y Canal Nou (¿nueve o nuevo? vaya usted a saber) ? Bien, gracias. Los que solo ven Canal Nou (si es que alguien es tan masoquista) sabrán ahora (en diferido) que mister Camps ha dimitido para que gane Rajoy las elecciones (lo ha dicho él), pero como nadie (de C-9) les ha contado lo de los trajes, pensarán que ha sido un capricho de este hombre tan grandilocuente como sensible. Y veremos la prisa que se dan sus "amiguitos del alma" en olvidarse de él, en borrarlo de las fotos, como Stalin hizo con Trotski o Franco con Azaña. O peor aún, lo que tardan en desmarcarse de su política, en abominar de sus ocurrencias tan caras, tiempo al tiempo. De momento ya han puesto en su lugar al alcalde de Castellón, que es un señor al que nadie identifica con el mister defenestrado. Había gente más cercana, pero debían oler a Pachuli.

Ahora, a ver qué pasa con Ripoll, con Castedo, con el otro Fabra (el malo) ¿con el mismo Rajoy? cuando salga a relucir toda (todas) la (las) presunta (presuntas) porquería (cacas). Cuando las barbas de tu vecino veas cortar... ya sabes.

Pues, nada, mister Camps, esperamos verlo en el banquillo para reirnos un rato.

Bye, bye...

Total por unos trajes...

Miguel Ángel Pérez Oca.




martes, 19 de julio de 2011

¡VAYA TORMENTA!





Ahí os pongo un nuevo cuento de los que escribo para la Tertulia de la Bodega de Adolfo. Espero que os guste.


LA TORMENTA PERFECTA
Si me preguntáis cuál es el mejor recuerdo de mi vida, os describiré una estancia con paredes de madera, suelo de cerámica y una chimenea de piedra donde arden unos troncos; a la derecha, unos amplios ventanales muestran un paisaje tormentoso, con el mar embravecido que embiste tozudo contra unos vertiginosos acantilados, bajo un cielo plomizo, casi negro a pesar de que es tarde temprana, que se ilumina y se platea con relámpagos intermitentes de una tempestad en retirada que se aleja hacia el horizonte; de lo alto viene un rumor impreciso, como el ronroneo de un gato gigantesco, mientras una lluvia terca y torrencial azota de vez en cuando los cristales; en el suelo hay una alfombra blanca y mullida sobre la que descansan dos cuerpos desnudos. Ella tiene unos treinta y cinco años y el cuerpo más fascinante que podáis imaginar; su rostro es hermoso y sereno, con unos ojos azules de mirada sabia, enmarcado por una larga melena con rizos de color oro viejo. La otra persona soy yo, hace muchos años, apenas un hombre joven, casi un muchacho, que observa a la mujer con arrobo e incredulidad. Ella habla relajada y convincente de temas sorprendentes y profundos; yo la escucho y afirmo con la cabeza; y apenas me permito interrumpirla. Hablamos y disfrutamos de la calma después de haber estado tres horas haciendo el amor como dos animales salvajes, enajenados por la tormenta que se cernía sobre nosotros.
Habíamos comido en un restaurante cercano, en lo alto de los cantiles, y ella me señaló la casita, casi oculta entre los pinos, bajo unas nubes que presagiaban tormenta.
-Mira, aquel es mi refugio – me dijo -. Desde allí se ve un paisaje maravilloso.
En eso, un relámpago cegador nos sobresaltó, acompañado de un trueno tan poderoso que me pareció un desgarro cósmico por el que las aguas celestes comenzaron a caer en tromba, al otro lado de los cristales. Llamé al camarero para pedirle la cuenta, pero me dijo que ya había sido abonada por la señora.
-En los viajes de trabajo, paga siempre el jefe – afirmó ella, mientras se levantaba y sacaba del bolso las llaves de su todo terreno.
La seguí como un corderito y accedí al coche que, afortunadamente, esperaba aparcado bajo la marquesina a resguardo del diluvio.
Condujo con maestría por entre los árboles y los fulgores del chubasco hasta detenerse en la pequeña explanada, delante de su cabaña. Los tres pasos que había entre el coche y la puerta fueron suficientes para que al entrar ya estuviéramos empapados.
-Dale a ese botón – me dijo mientras se dirigía a la chimenea y encendía la leña.
Al apretar el resorte, se levantó una gruesa persiana metálica, dejando a la vista el dramático panorama: Los rayos caían sobre las olas embravecidas, los acantilados brillaban cual si fueran de cristal de roca, el vendaval golpeaba el vidrio y lo rociaba de gotas que después describían caminitos de agua casi horizontales. Cuando me giré hacia ella, estaba desnuda y había extendido su vestido rojo cereza ante la chimenea.
-Vas todo mojado. Quítate la ropa y ponla a secar – me ordenó.
Siempre he tenido dificultades para recordar con detalle los momentos demasiado intensos. Solo os diré que los relámpagos, los gemidos de placer, los orgasmos y los truenos se sucedieron sobre la alfombra en una vorágine enloquecida.
Cuando los cuerpos se rindieron y la tormenta inició su decadencia, nos quedamos un rato mirándonos intensamente al fondo de los ojos, ella con un gesto de sabia placidez en su hermosísimo semblante, yo, seguramente, con una mueca de incredulidad o de tímido, contenido y agradecido triunfo.
-¿Has leído algún libro de Alan Watts? – me preguntó, y empezó a hablarme de la filosofía Zen, mientras llenaba dos vasos de Oporto en el cercano mueble bar.
Y entonces, ya con todas las ansias colmadas y todos los placeres satisfechos, nos entregamos a la conversación, y fue lo mejor de la tarde.

Miguel Ángel Pérez Oca.

sábado, 16 de julio de 2011

LLEGARON LOS VÁNDALOS AL PUERTO.





Pues, sí, ya están ahí, o no se marcharon nunca. Uno creía que la juventud había cambiado y que ahora se dedicaba a acampar en las plazas para pedir democracia, y que limpiaban lo que ensuciaban y ponían las pintadas en un papel fijado con celo para no manchar las fachadas. Y, sí, hay muchos jóvenes, y no tan jóvenes, que hacen esas cosas y nos demuestran su alto grado de ciudadanía, su cultura y su buena educación. Pero... No todos los jóvenes son así, por desgracia. Hay malas bestias con cerebro de mosquito que se dedican a ir a las zonas de ocio todos los fines de semana a ponerse de alcohol del barato, de porros y pastillas de la risa hasta las cejas y después les entra el frenesí y les da por romper cosas, cosas que han costado años de estudio, trabajo y dinero. Como el RELOJ DE SOL DEL PUERTO DE ALICANTE. Sí, ese que está frente al Restaurante Dársena. El diseño científico es de Juan Vicente Pérez Ortíz, especialista en relojes de sol que ha inventado este modelo, el único en el mundo que da (daba antes de ser destrozado) la hora exacta con un minuto de error y que ha sido instalado en varias universidades, parques y zonas de ocio de toda España. Para cargárselo han tenido que quebrar uno de los brazos de la mole de piedra artificial de 1000 kg. de peso, reforzada por dentro con barras de acero. Como decía un amigo que contemplaba conmigo el destrozo: "La de fuerza y trabajo que habrá tenido que hacer esa mala bestia para romper una cosa tan maciza". Y añadía: "Seguro que si lo tuviera que hacer para ganarse un jornal, habría protestado".





Pues, sí. Afortunadamente hay muchos jóvenes ejemplares que se divierten con los deportes, la informática, la conversación en sana compañía, y que por desgracia están en el paro. Pero como en todas partes hay de todo, y también hay nobles brutos que se dedican a destrozar el patrimonio ciudadano cuando se les intoxican las neuronas.





La prensa les ha llamado VÁNDALOS, pero a mí no me parece bien. Yo propongo que no se mancille así la memoria de aquel pueblo bárbaro que tras una larga peripecia por Hispania acabó creando un reino en la actual Tunez y le dieron el nombre a Andalucía (Al Andalus = Al Vandalus), que ni los tunecinos ni los andaluces tienen la culpa. A los que hacen lo que han hecho al reloj del puerto se les debe llamar directamente MALAS BESTIAS, con perdón de algunas bestias dóciles. Y no otra cosa que muchos piensan, no, que las pobres prostitutas tampoco tienen la culpa.





Dios nos libre de esta pasma.





Miguel Ángel Pérez Oca.

miércoles, 6 de julio de 2011

MARTE Y LA LUNA. TODOS LOS AÑOS LA MISMA ESTUPIDEZ.











Ya estamos como todos los años por estas fechas. Algún imbécil se dedica a mandar correos electrónicos a todo el mundo anunciando un fenómeno astronómico sensacional, por el que vamos a poder ver al planeta Marte del mismo tamaño que la Luna. Que no, que no, que no hagan caso a esas tonterías. Que ya está bien de chorradas.


Verán: Marte tiene algo así como 6.000 km. de diámetro, la mitad que la Tierra, que tiene 12.000 y el doble que la Luna, que tiene 3.000. Las órbitas de la Tierra y Marte están dispuestas de tal manera que nunca, NUNCA, Marte puede estar a menos de unos 50 millones de Km. de la Tierra. La órbita de la Luna está a unos 380.000 km. de nosotros. Para que Marte se viera del mismo tamaño que la Luna, y puesto que tiene el doble de diámetro, tendría que estar al doble de distancia, es decir, a unos 380.000 + 380.000 = 760.000 Km. de nosotros. ¡Pero nunca está ni puede estar a menos de 50.000.000 (cincuenta millones) de Km.! haga lo que haga la gravedad de Júpiter o de Santa Rita, que la Mecánica Celeste es una cosa muy seria, basada en las Matemáticas que son una ciencia exacta. O sea que Marte, en la situación más favorable para su observación estará 65 veces más lejos que lo que haría falta para que se viera del tamaño de la Luna, y se verá, por tanto, 65 veces más pequeño que la Luna. Si quieres saber cuánto es eso, coje una regla graduada, mide 65 cm. y márcalo sobre un papel, dibuja un círculo de ese tamaño y después dibuja otro al lado de un solo cm. de diámetro. Verás la diferencia.



Os pongo un dibujo en el que se ven los dos círculos comparados, para que no os tomen más el pelo.



Yo me pregunto si el correo de marras forma parte de un experimento sociológico, o es que el que lo manda es gilipoyas.



¡Qué mundo este!



Miguel Ángel Pérez Oca.

UN JUEVES EN MADRID































Un jueves cualquiera del mes pasado me fuí a Madrid. Tenía que resolver unos asuntos con mi editor y aproveché para ir con mi hija Natalia que tenía allí una reunión de trabajo. Salimos de buena mañana y volvimos a la noche. Yo, una vez resuelta mi gestión, llamé a mi amigo Guillermo, que es Diputado del Congreso, y me invitó a visitar esa solemne institución donde se hacen las leyes del país y se discuten las medidas del Gobierno. Después de pasar con éxito las pruebas de seguridad, mi amigo y yo fuimos al hemiciclo, recién abandonado por los próceres tras las votaciones. Todavía estaba el recinto iluminado, apabullante de solemnidad y de historia. Vi las huellas de los tiros de los hombres de Tejero y se me herizó el cabello al darme cuenta de que varios de los impactos están a pocos centímetros del tragaluz central. Si un tiro hubiera reventado los cristales y éstos hubieran caído sobre diputados y guardiaciviles, el penoso sainete podía haberse convertido en tragedia irreparable. Me hice unas fotos en la tribuna de oradores y en la silla del banco azul que ocupa el Jefe del Gobierno, visité otras salas donde hay un admirable reloj astronómico y admiré los retratos de distintos presidentes del Congreso, cuyos estilos revelan el paso de los tiempos. Mi amigo se fue en el avión de las cuatro, y yo, después de comer en un restaurante de los muchos y buenos y de buen precio que hay por la zona (Madrid es un paraíso para un tragaldabas como yo), me acerqué al Thyssen para admirar los estupendos cuadros y esculturas de Antonio López. Uno se queda mudo y perplejo ante el extraño y mágico morbo de la pintura de López, que es capaz de convertir un water roñoso en una joya pictórica, o una Calle de Alcalá de amanecida en un paisaje inolvidable. Rematé la jornada visitando el Museo Naval, con el mapa original de Juan de la Cosa, una bala de cañón empotrada en una piedra de la fachada de la iglesia de Santa María de Alicante, instrumentos náuticos y maquetas de barcos de todas las épocas, gestas de nuestros marinos, cuadros de batallas y descubrimientos... Uno no puede evitar sentirse orgulloso de pertenecer a una comunidad histórica donde se hacen las leyes en un palacio tan hermoso como nuestro Congreso, donde hay artistas como Antonio López, capaz de sacar belleza de cualquier cosa, donde generaciones de marinos se jugaron la vida por su país. Una tierra a la que pertenecer es algo muy serio, muy hermoso, que no puede menospreciarse. Que ya dicen que la unión hace la fuerza y que ser un ciudadano libre en un país hermoso es algo que por desgracia no todos pueden disfrutar. Ahora solo falta conseguir que este Estado de Derecho sea también un estado de verdadera Justicia, de genuina Libertad y de auténtica Igualdad. Todo se andará si sabemos exigirlo y no nos dormimos en los laureles.

Esperé a mi hija junto a la fuente de Neptuno, nos fuimos a Atocha y volvimos a Alacant en un tren a 250 kilómetros por hora. No hay nada como un jueves cualquiera en Madrid.

Miguel Ángel Pérez Oca.

martes, 5 de julio de 2011

MI VIEJA MÁQUINA, UN NUEVO RELATO PARA LA TERTULIA DE LA BODEGA DE ADOLFO.




















LA VIEJA MÁQUINA DE ESCRIBIR.
“Un día de estos me lío la manta a la cabeza y limpio el trastero”, me dije, como tantas otras veces. Pero en esta ocasión me lo tomé en serio y aproveché el fin de semana para librarme de todos los trastos inútiles que anegaban el armario del desván. Metros y metros de viejos cables, montones de enchufes, pulsadores y tornillos, bolsas de viaje desgarradas o con las cremalleras rotas, llenas de cosas inútiles, extraños accesorios de quién sabe qué viejos aparatos obsoletos, calendarios antiguos, objetos de promoción de artículos que hace años que no están a la venta, botas viejas, bastones ortopédicos, guantes desparejados, cajas de hojalata vacías de galletas... y telarañas, muchas telarañas. Se diría que padezco el Síndrome de Diógenes y jamás he tirado nada; aunque lo he ido disimulando, ocultando mis absurdos tesoros en el viejo armario. Realmente, no encontraba ninguna cosa que tuviera la más mínima utilidad, como no fuera la de despertarme viejos recuerdos y añoranzas de deportes ya olvidados, de antiguos viajes y lejanas aventuras.
Acabé llenando varias cajas de cartón que bajaría hasta el contenedor cuando se hiciera de noche. No quería que los vecinos supieran de mis manías y raras aficiones.
Ya casi había terminado cuando me dí de bruces con algo que despertó en mí una oleada de nostalgia: mi vieja máquina de escribir. Se trataba de una Olympia alemana portátil, de los años 50, con su descolorida tapa negra de cuero con cantoneras metálicas y su asa deteriorada. La abrí presionando el cierre oxidado y contemplé su teclado de piezas redondas con letras blancas sobre negro, cubiertas de discos de cristal. Me dio la sensación de que la pobre máquina había envejecido más en el oscuro y húmedo abandono del trastero que durante toda su intensa vida activa. Y recordé el día en que la adquirí de segunda mano en una tienda que todavía hoy existe, aunque ahora se dedica a los ordenadores y los teléfonos móviles. Con ella había aprendido a mecanografiar, había hecho mis oposiciones, había escrito cartas de amor, alguna poesía, y hasta dos o tres novelas de ciencia ficción que jamás di a la imprenta. Me sirvió bien durante muchos años, hasta que un ordenador ruidoso y exacto la sustituyó. Los textos de las impresoras de hoy día son perfectos e impersonales. Las letras resultan como de imprenta, impecables, y hasta un programa de corrección del ordenador nos enmienda las faltas de ortogrtafía y equivocaciones involuntarias. Pero, ¿qué queréis? yo añoro aquellos textos de letras estampadas con un característico ímpetu desigual, aquella rebelde “m” que quedaba un poco alta porque se había soltado la soldadura de su pieza y había que empujarla hacia abajo de vez en cuando para que recobrase la compostura. Nunca la llevé a arreglar, seguramente porque me gustaba ese rasgo de imperfección que la volvía humana.
Observé la cinta entintada y comprobé que todavía manchaba mis dedos. Si en un rasgo de romanticismo quisiera volver a usar mi vieja máquina, no podría reponer la cinta una vez que se hubiera gastado del todo, porque ya no hay carretes de tinta de máquina de escribir en el mercado; ni máquinas de escribir tampoco, ni siquiera de aquellas electrónicas, de los últimos tiempos, dotadas de un rudimentario ordenador, con su memoria y su programa de corrección. El otro día leí en la prensa que se ha cerrado la última fábrica de máquinas de escribir que quedaba en el mundo.
Cogí mi vieja máquina y la bajé al despacho. La puse sobre la mesa e intruduje un papel en el rodillo, tras desplegar la palanca de retroceso. Respiré hondo y traté de inspirarme. Después, mis dedos recorrieron el teclado, incapaces al principio de darle con la fuerza suficiente para que las letras comenzaran a aparecer sobre la superficie blanca. Estoy ya demasiado aconstumbrado a pulsar teclas que no necesitan de ningún esfuerzo. Y cuando la línea llegó a su final, el inesperado y sorprendente sonido de la campanilla asaltó la estancia, llenándola de ecos mágicos.
¡Qué hermoso era escribir a máquina! ¿Verdad? Todavía mejor que hacerlo a mano, aunque fuese con una pluma de ganso. Escribir a máquina era como conducir una de aquellas viejas locomotoras de vapor, con su chimenea humeante y sus escandalosos silbidos.
Saqué la hoja del rodillo y leí lo que había escrito. Era un relato sobre mi hallazgo, era este mismo relato que ahora estás leyendo, impreso con letras irregulares, deliciosamente imperfectas, con su “m” levantada sobre sus compañeras y un tono desvaído y azulado de tinta reseca.
Mi máquina de escribir fue el único trasto del desván que se libró de la basura. La puse en lo alto de una estantería, presidiendo mis libros, convertida en un elemento decorativo, inútil y entrañable, como todas las cosas verdaderamente valiosas.



Miguel Ángel Pérez Oca.