sábado, 24 de septiembre de 2011

EL NIÑO QUE VEÍA PASAR AL TREN.





Este es mi más reciente cuento de la Tertulia de la Bodega de Adolfo. Se trata de un niño que midió el tamaño del Universo viendo pasar al tren, durante unas vacaciones en los Alpes.

LAS VACACIONES DE CHRISTIAN.
Christian era un niño de aspecto enfermizo e inteligente. El médico había aconsejado a sus padres que lo llevasen en verano de vacaciones a alguna comarca alpina de aires frescos y secos, donde sus pulmones pudieran fortalecerse. Y allí, en la pintoresca aldea, lejos de factorías y barrios malsanos, su cuerpo se fortaleció, y también sus ganas de jugar, vivir y aprender. A media mañana, un tremendo e interminable tren de mercancías solía pasar por la estación del pueblo, sin detenerse, ni siquiera aminorar su marcha, tal como una exhalación de hierro envuelta en humos, chirridos y silbidos penetrantes. Y su aparición fugaz maravillaba al niño, que imaginaba largos viajes a países exóticos y paisajes llenos de misterios. Todos los días, a la misma hora, Christian dejaba sus juegos y marchaba a la estación, para ver pasar el convoy y sentir en el rostro el viento que desataba su enorme masa lanzada sobre los raíles a toda velocidad.
Como siempre, cada vez que pasaba un tren, el viejo jefe de estación, con su arrugado uniforme azul y su gorra cilíndrica y roja de visera charolada, se plantó a la orilla del andén y levantó una banderita roja, dando paso al convoy. El niño se le acercó y lo observaba con admiración y curiosidad.
-¿Qué, muchacho? ¿Te gustan los trenes? – preguntó el hombre, atusándose el bigote canoso.
-Sí, señor – le contestó el niño, mirándolo de abajo arriba.
-Si quieres saber algo de los trenes, pregúntamelo, anda…
Y Christian se quedó callado un rato, mientras el tren se alejaba por el bosque.
-Pues, dígame, ¿por qué el tren hace “pííí” cuando viene y “pooo” cuando se va?
Y el viejo ferroviario meneó la cabeza e hizo un gesto de admiración.
-Vaya, tú también te has dado cuenta, ¿eh? Eres un chico muy observador. Pero el hecho de que el silbato del tren suene más agudo cuando se acerca y más grave cuando se aleja es un misterio que nadie me ha sabido explicar. Oye, ¿por qué no se lo preguntas a tu maestro? Y el año que viene me lo cuentas, ¿eh?
-Sí, señor – dijo el niño con determinación - , se lo preguntaré.
Pero el maestro, a la vuelta de las vacaciones, no le supo dar la respuesta.
El niño Christian Andreas Doppler, se hizo mayor y estudió Física y Matemáticas en Viena y Salzburgo, y en 1842, a los 39 años, publicó un libro donde se resolvía el misterio que al fin había podido desentrañar por sí mismo, y que tenía la siguiente explicación: Cuando un cuerpo se desplaza rápidamente, emitiendo un sonido constante, las ondas sonoras se comprimen por delante y se separan por detrás, de forma que percibimos ese sonido más agudo cuando se nos acerca y más grave cuando se aleja. A este fenómeno se le conoce desde entonces como Efecto Doppler.
Algunos años más tarde, el físico francés Fizeau descubrió que este efecto se produce también en la luz, de manera que una estrella que se acerca a la Tierra, por muy lejana que esté, se verá más azul, mientras que otra que se aleja, se verá más roja.
En los primeros años del siglo XX, el astrónomo americano Hubble y su ayudante Humason, observando lejanas galaxias en el Cosmos, comprobaron, mediante el Efecto Doppler de la luz, que todas ellas se alejan de nosotros debido a que el Universo está en expansión desde que surgió de una gran explosión, el llamado Big Bang, ocurrida hace más de trece mil millones de años.
Gracias a aquel chico enfermizo que veía pasar al tren, sabemos lo enorme y antiguo que es nuestro Universo. Y es que nunca se sabe lo que puede salir de la cabeza de un niño que admira algo con los ojos llenos de curiosidad.
Miguel Ángel Pérez Oca.

No hay comentarios: