sábado, 17 de noviembre de 2012

LA AGONÍA DEL RÉGIMEN DE LA TRANSICIÓN.



La manifestación del día 14, al menos en Alicante, fue impresionante, por lo multitudinaria, por lo heterogéneo y general de los participantes, por su rotundidad. Y lo más significativo era que nadie enarbolaba una alternativa convincente, dentro del sistema socioeconómico imperante; ni siquiera se veían muchas banderas republicanas, como en otras ocasiones. Estaba muy claro que lo que condenaban los participantes, más o menos conscientemente y subyacente a las generales condenas al gobierno de Rajoy, era un sistema capitalista depredador dentro de un régimen que se muestra incompatible con los intereses del Pueblo Soberano. Y es que se ha perdido la fe en las instituciones, en todas las instituciones, en el mismo concepto de institución. El paro galopante y omnipresente, nos ha hecho perder la fe en muchas cosas que se constituían como pilares del Régimen de la Transición, instaurado poco después de la muerte del dictador Franco. La monarquía está en plena decadencia física y de prestigio. El monarca se muestra cada vez más envejecido y falto de energía, su familia se deshace, alguno de sus parientes ha caído en desgracia tras revelarse como corrupto, y el heredero de la Corona no entusiasma a nadie. Los políticos, ineficaces, incapaces de conjurar la crisis, corruptos muchos de ellos, privilegiados, ya no convencen, sean del color que sean. La judicatura se desprestigia a sí misma con decisiones absurdas o politizadas, a la vez que evidencia su falta de sanción democrática por el pueblo - ¿alguna vez han participado ustedes en elecciones a jueces? – El tercer poder de la democracia, tal como la describió Montesquieu, está constituido hoy por funcionarios de carrera con un antidemocrático poder para decidir sobre la libertad de los ciudadanos que jamás los votaron. La Iglesia se queda en el siglo XIX, ajena a la realidad histórica y, para colmo, envuelta en turbios asuntos de monjas que robaban niños y abusos sexuales a menores por sacerdotes. Los funcionarios están cabreados porque los han sometido a las mismas rebajas que al resto del pueblo – en ocasiones, a peores -. Los pensionistas temen por sus pensiones y se indignan con el copago - repago - de las medicinas. Las farmacias, en algunas autonomías – la nuestra – permanecen cerradas porque no cobran. Los desahucios indignan a todas las personas decentes y nos hacen pensar que los banqueros no lo son –decentes, digo- . En Cataluña, la derecha hermana del PP, que allí se llama CiU, disimula sus desmanes y su incompetencia reclamando la Independencia, como tubo de escape a las frustraciones que sentimos todos, y con ello cuestiona la misma integridad del Estado fundado por los Reyes Católicos. El Gobierno la caga a diario, en una vorágine de torpezas y traiciones a su propio programa electoral, levantando la sospecha de que lo hace en defensa de intereses inconfesables. La economía se hunde en beneficio de las directrices de la füreresa teutónica, al servicio de los peores psicópatas capitalistas. ¿Qué más nos puede pasar? Esto se va a pique, y lo malo es que no se ve alternativa alguna que pudiera mejorar la situación. A la derecha, con su partido único - PP -, se le ha visto el plumero, y no podrá volver a aspirar a mantener su poder, como no ceda en su defensa de los grandes capitalistas que quisieran comerse el mundo como si fuera un huevo crudo con dos agujeritos en la cáscara, y conceda algún beneficio a las clases inferiores, las de esos tontos pobres que votan a la derecha. La otra alternativa sería una nueva dictadura, como todas más o menos provisional – aunque haya provisionalidades de 40 años -. En cuanto a la socialdemocracia, está obsoleta frente a las hienas de los mercados y la especulación. Porque no se pueden defender los derechos de los trabajadores desde dentro del sistema y por las buenas. Y la gente, que no se fía de los políticos, tan dados a los privilegios y a la corrupción, los rechaza aunque pertenezcan a partidos ajenos al denostado bipartidismo. “No nos representan”, dicen los quincemayistas y, hasta cierto punto, tienen razón… Esto es una crisis nacional, dentro de una crisis europea, dentro de una crisis global. El capitalismo va a acabar con la salud del planeta, la austeridad va a acabar con el desarrollo europeo, la desesperación acabará con el régimen de la transición española.
            Durante la pasada manifestación del día 14 vi a mucha gente que no había podido hacer huelga porque no tienen trabajo que suspender o porque, teniéndolo en precario, sus patronos los amenazaban, tácita o explícitamente, con el despido; que ríete tú de la violencia de la que acusan los medios "fachas" a los piquetes del otro lado. Eran los que más gritaban, cargados de justa indignación e impotencia. Y un amigo que me acompañaba me decía: “¿Ves, Miguel? Todo el mundo está cabreado. Esto se hunde. Estamos asistiendo al fin de un régimen que nació viciado por la herencia franquista, en una transición que debería haber sido una verdadera y drástica ruptura democrática, con condena y erradicación del fascismo incluidas”. Y me añadía que el día en que los policías y los militares, hartos del trato vejatorio que les da el gobierno, miren para otro lado, el Estado se caerá como un castillo de naipes.
            ¿Qué vendrá después del terremoto? Eso es lo peor: que puede ocurrir cualquier cosa, una dictadura fascista, un populismo vacuo, un vacío anarquista, la Carabina de Ambrosio o la Tripa de Jorge… O a lo mejor –quiero ser optimista- una verdadera democracia, con políticos honestos, listas abiertas, socialismo auténtico, banca pública, y la industria, transportes, educación, sanidad, justicia, vivienda y trabajo controlados y garantizados por el Estado de todos los ciudadanos; y con los psicópatas del gran capital en la cárcel o en el manicomio. Depende de nosotros; aunque ya sé que es solo un hermoso sueño y que me temo que el presunto homo sapiens no da para tanto. Pero sería tan bonito…
            En fin, que Dios nos pille confesados. 
Miguel Ángel Pérez Oca.

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