domingo, 30 de diciembre de 2012

QUIZÁ EXISTIMOS.



A veces, pese a mis convicciones rigurosamente materialistas y racionalistas, me cuesta creer que lo sublime solo anida en los engranajes inconscientes y tibios de la máquina cerebral; que las emociones, que los sentimientos, que el amor son solo espejismos que un ordenador orgánico proyecta sobre una pantalla hecha de… nada y destinada a… nadie.
Hoy, que la Física cada vez se aleja más del mecanicismo, y que los físicos teóricos, devenidos en filósofos metafísicos atormentados por las paradojas de la Mecánica Cuántica, buscan la realidad en sofisticadísimas teorías de “cuerdas”, “simetrías gauge”, “bosones de Higgs”, “gatos de Shroedinger”, “Universos paralelos de Everett”, “Energía y materia oscuras” y demás misterios que nada tienen que envidiar al de la Trinidad y que cada vez se hacen más irrepresentables, empieza a ser incómodo permanecer en una honesta posición atea, o al menos agnóstica. Hubo quien dijo, hace muchos años, que los campos electromagnéticos que proponía Maxwell eran una descabellada representación de pretendidos entes sobrenaturales, comparables con la discutible alma de los mortales creyentes; pero los científicos de hoy los aceptan sin ninguna objeción, una vez probada su verdad, y aplicada a una tecnología ya imprescindible y omnipresente. Chalmers propone una especie de “campos de conciencia”, de manera tal que, así como todos los objetos están sujetos a la gravedad y al electromagnetismo, todas las cosas de este Universo, cada una a su nivel, deben ser conscientes. Pero también hay quien, como Searle, se ríe de él y lo considera un visionario, como visionarios debían ser Giordano Bruno y Teilhard de Chardin. Quizá lo sea, pero a mí cada vez me cuesta más creer que nuestra mente es solo el producto del funcionamiento ciego y automático de una maquinita formada por cien mil millones de neuronas absolutamente bobas, que solo saben recibir y enviar impulsos eléctricos a través de sus sinapsis. Se habla de propiedades emergentes para justificar lo absolutamente sofisticado surgido de lo absolutamente simple, pero ¿emergentes para quien, o para qué? ¿Quién es el usuario de esta maravilla surgida de la nada y presuntamente destinada a la nada? ¿La NADA?
En estas fechas, cuando los sentimientos se agudizan, cuando nuestra piel se vuelve más sensible, cuando nuestro corazón palpita de amor, y cuando lloramos las desgracias que la guerra, la crisis y la desfachatez de los aprovechados están provocando en tantos inocentes; cuando los sentimientos y la emociones estallan ante las maravillas del arte o el heroísmo sublime de la filantropía… Me cuesta, me cuesta cada vez más identificarme con una máquina deslumbrada por un espejismo.
¿Me estaré haciendo viejo? ¿Será esto un síntoma de debilidad, de tanatofobia mal dominada, o… o quizá la prueba de que mi escepticismo se ha incrementado hasta el punto de dudar incluso de la Ciencia?
Más allá de nuestro horizonte mental debe hallarse la Verdad Objetiva, pero la experiencia nos dice que el horizonte, como el Arco Iris, es inalcanzable, porque no está en ningún sitio sino dentro de nuestros propios ojos y ante nuestra particular perspectiva.
Así que, dejadme que os mande, en estas Pascuas, un modesto rayo de esperanza.
Quizá existimos.
                                                                           Miguel Ángel Pérez Oca.
                                                                          (en los umbrales de 2013)   

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