martes, 22 de enero de 2013

EL PUÑETERO MISTERIO DE LA PROPIA EXISTENCIA.



En la última tertulia de la Bedoga de Adolfo debíamos presentar un trabajo cuyo tema era "El Misterio". Así que yo pergeñé este relato que a continuación os muestro. Perdonadme sin con él os bajo la moral. Otro día os contaré un cuento más optimista. ¿De acuerdo?


PUTO MISTERIO
-Lo que más me jode no es morirme, que eso ya lo tengo asumido desde que adquirí uso de razón – decía el filósofo con el hilillo de voz que le permitía su lamentable estado de salud -. Lo que me fastidia es marcharme sin haber podido desvelar el puto misterio de la existencia… cof, cof – tosió aparatosamente, y no se repuso hasta que le acerqué a los labios la taza de té – Sí, sí, de la existencia de la propia consciencia subjetiva, porque… ¿qué coño soy yo, eh? Y me voy a marchar de esta mierda de mundo sin haberme enterado de nada. Y eso que soy filósofo y me he pasado la vida especulando con todas esas chorradas dialécticas, que solo sirven para que los pedantes se den importancia. Ya lo dijo Bertrand Rusell: “Lo único que podemos decir, después de milenios de hacer Filosofía, es que algo se mueve…” Toma ya, como el otro gilipoyas, el de “Pienso, luego existo”. Pues qué bien, ¿no te jode? Y me tengo que ir de aquí habiendo comprobado que toda una vida de reflexiones y estudios no me ha servido para nada. Porque lo que yo quería era encontrar una explicación de la existencia que me quitara de encima la angustia vital. Y ahora estoy a punto de estirar la pata y me doy cuenta de que he perdido miserablemente el tiempo. Más me hubiera valido haberme dedicado a ligarme señoras estupendas y pasarme por la piedra a todo ser con faldas que se me pusiera a tiro. Comer, beber y… follar hasta reventar y que le dieran por culo a los dioses, a lo trascendente, a la Metafísica...  Mi gato Pitágoras es más listo que yo. Se preocupa de alimentarse, dormir calentito, buscar gatas por los tejados y no castigar a su pequeño cerebro de doscientos gramos con tonterías que están más allá de su horizonte mental. Cómo te envidio, minino puñetero, que no le pides peras al olmo… Y es que, después de tantos siglos intentando comprender el mundo, sospecho que hemos agotado todas nuestras posibilidades intelectuales. Nosotros tampoco deberíamos preocuparnos de lo que no podemos entender con kilo y medio de masa encefálica. Ya ves, cien mil millones de neuronas, que solo saben mandar y recibir impulsos eléctricos, dan como resultado un pensamiento muy limitado que solo sirve para hacerse preguntas sin respuesta. Son cien mil millones de células inconscientes, incapaces, cada una de ellas, de pensar por si mismas la cien mil millonésima parte de nuestro complejo y estúpido pensamiento… Y, claro, uno se pasa la vida devanándose los sesos, tratando de comprender qué es el pensamiento, cómo la suma de unos cuantos millones de microscópicos pingajillos electrificados puede producir las elucubraciones de un mamarracho que se autodenomina filósofo… Los científicos, al menos, admiten que solo saben que saben muy poco, y conforme investigan averiguan que la suma de sus ignorancias crece exponencialmente. Y es que somos una especie de infelices animalitos medio tontos que han descubierto que pueden preguntar a Dios qué coño son, para comprobar que Dios no contesta, porque quizá no existe. Y uno puede pasarse toda la vida pensando para llegar a esta mierda de conclusiones… Más me valdría haberme ocupado de vivir, en lugar de llegar a este momento con el tiempo justo de lanzar a los cielos una sonora blasfemia: ¡Estafador! - le gritaría, si pudiera, al Gran Jefe -, ¿para qué me has permitido existir y pensar? ¿Con qué fin me has dado la inteligencia suficiente para saber que tengo que morirme, pero no me has dado la necesaria para comprender qué hay detrás de toda esta función circense de mal gusto? ¡Solo eres una mentira, un invento de los curas para vivir de los ingenuos que quieren creerse que hay razón para la esperanza! ¿Esperanza de qué…? Si al menos, al final de la representación, bajara alguien a explicarnos el argumento de esta lamentable comedia…
El filósofo no volvió a abrir la boca. Cerró los ojos y se sumió en una especie de sueño pesado, del que ya no despertaría. Sin embargo, en su rostro se pintó una amplia sonrisa burlona, quizá divertida. Se diría que en el último momento alguien bajó y le contó el desenlace del chiste supremo.                                   
                                                                                      Miguel  Ángel Pérez Oca.

No hay comentarios: