viernes, 5 de abril de 2013

ADIOS, NICO.

Se bebió de golpe todas las estrellas, que diría Alberto Cortez en la que para mí es la mejor de todas sus canciones. Hay quien dice que los animales no tienen alma, como si nosotros pudiéramos presumir de tenerla; y que son irracionales, como si nuestra razón, que tantos disgustos nos da y tantos crímenes justifica, fuera la única razón posible. Yo estoy seguro de que muchos animales nos aventajan en algunas cosas, incluso de la mente: en inteligencia emocional, en afectividad, en lealtad, en sentido de la amistad y el deber. Recuerdo a una magnífica perra que guardaba las instalaciones de Tabacalera, cuando yo trabajaba allí. Era ya muy vieja, pero toda su vida había acompañado al vigilante en su primera ronda de la madrugada, como un rito, como un deber del que se sentía orgullosa cuando el vigilante le daba unas palmadas en el lomo al terminar su ronda. Aquel día, la pobre apenas tenía fuerzas para mantenerse en pié, pero siguió a su jefe, que tenía que esperarla en su lento caminar jadeante. Cuando terminó la ronda, se tumbó en su puesto de guardia, y se murió sin molestar. Ninguna persona hubiera sido capaz de sacrificarse hasta ese punto, ni por amor ni por ideales ni por nada; con esa grandeza, con esa majestad. Nico era un perrito de ojos saltones, de una de esas razas chinas tan raras. Como todos los perros de raza, con pedigrí y eso, era algo delicado, pues la maldad y la avaricia del hombre los ha sometido a una repetida endogamia, con el fin de preservar la cotizada y puñetera raza en toda su pureza. Nico armaba la de Dios, cuando íbamos a visitar a mi hija Marina, a mi yerno Moisés y al pequeño Moisesito. Acompañaba en sus juegos a mi nieto y parecía incansable cuando le daba por depositar a nuestros pies uno de sus juguetes, para que se lo lanzásemos a lo largo del pasillo para que pudiera cazarlo tras una nerviosa carrera. No ladraba, le gustaba más expresar alegría moviendo el corto rabo, y estoy seguro que hubiera dado la vida por sus... iba a decir dueños, pero prefiero la palabra amigos. Hoy la casa de Marina y los dos Moisés está como vacía, porque Nico se tragó algo que no debía, se le produjo una oclusión intestinal, se puso muy malo y, pese a los cuidados del veterinario, se murió. Todos están tristes en la familia, todos menos yo, porque a mí la muerte no me pone triste sino rabioso, con un sentimiento de ira e impotencia ante la mayor injusticia de la Naturaleza.
Nico era un ser inocente, muy superior en inocencia y bondad a la mayoría de los humanos, y solo me consuela saber que fue feliz en los cuatro años que duró su vida. ¿Qué más puedo decir?
Adios, Nico. Ocupaste un sitio que era el tuyo, insutituible y necesario, inevitable como todo cuanto existe, cumpliste tu deber y, como muchos perros, te moriste sin apenas moletar. Nos dejas tu hueco, tu ausencia, tu recuerdo, porque... ¡Narices! Yo también te quería mucho.
Miguel Ángel Pérez Oca.

1 comentario:

Eusebio Pérez Oca dijo...

Dos frases que repetía nuestro queridsimo tío Perfecto: "Cuanto más conozco a los hombres, más amo a mi perro". La otra era genial y suya. "Si volviera a nacer y pudiera elegir, querría ser caballo". Miguel, hemos sido alimentados de algo especial, quizás distinto a otros. Por eso nos escandalizan cosas distintas a las que escandalizan a otros, quizás tengamos puntos de vista propios y hasta podamos sentir lo que otros no sienten. Un Beso a Marina y sus Moiseses.