miércoles, 30 de octubre de 2013

DOS TRABAJOS PARA LA TERTULIA DE LA BODEGA ADOLFO.

El tema para la reunión de la Tertulia Literaria de la Bodega Adolfo del pasado lunes era "Pérdida" y a ello me puse. He hecho un escrito en prosa titulado "Pérdidas y ganancias" y un poema de verso libre que se llama "Lo perdimos todo". En el fondo, el argumento es el mismo: A veces somos esclavos de lo que poseemos y perder determinadas cosas puede incluso enriquecernos. A ver qué os parecen.



PÉRDIDAS Y GANANCIAS.
            Cuando llegó al pueblo, en medio de un atardecer de sierras grises y viñedos oscuros, Norberto se sintió hundido. Menos la vieja casa de sus abuelos, lo había perdido todo, absolutamente todo. Sus pérdidas habían comenzado cuando desapareció su fe en John Norris, un eminente y caro economista que no supo avisarle de la crisis que se avecinaba. Y la explosión de la burbuja inmobiliaria lo había pillado con todo su capital invertido en la construcción de varias urbanizaciones de lujo en la Costa del Sol.
            -No te preocupes – le había dicho John -, los bienes inmuebles nunca bajan de precio; así que lo peor que te puede pasar es que te quedes como estabas.
            Torpe hijo de puta. Así que “como estaba” ¿eh? Las acciones de su empresa cayeron en picado y en unos días se vio en la ruina, con unas deudas a los bancos que no podía satisfacer ni siquiera ofreciéndoles todo su recién devaluado patrimonio. Sus antiguos empleados, todos ellos en el paro, lo insultaban por la calle, así como sus compradores e inversores que se sentían estafados; y hasta algunos viandantes anónimos que lo reconocían por las noticias escandalosas aparecidas en prensa y televisión.
            -¡Ladrón, sinvergüenza…! – era lo más bonito que oía a su paso. Porque, claro, ante la debacle habían surgido a la luz sus viejos chanchullos con Hacienda y sus sobornos a políticos corruptos; delitos ya prescritos, pero muy presentes en los medios.
            No pudo salvar nada de su antigua fortuna, solo la casita del pueblo, y allí se tuvo que ir huyendo de la vergüenza y del abandono de todos.
            Porque la primera rata que había saltado del barco fue su mujer, Sonsoles, que se marchó con sus piadosos y riquísimos padres que, por cierto, no le habían echado una mano. Y la voluptuosa Débora, su amante mercenaria, había salido huyendo también, cuando olió que ya no había dinero en su cartera. En cuanto a sus viejos compadres banqueros y empresarios, quizá temerosos de que les pidiera ayuda, ya no respondían al teléfono. Estaba acabado, lo había perdido todo… salvo la casita del pueblo.
            Esa noche bajó a la bodega y llenó una botella de aquel vino añejo que de pequeño veía mimar a sus abuelos en un gran tonel. Lo probó, estaba espeso, fuerte y dulzón; ideal para emborracharse y adquirir las fuerzas y la inconsciencia necesarias para suicidarse. Cuando estuviera completamente borracho se asomaría a la terraza trasera de la casa, que daba a un profundo barranco, y no tendría que hacer otra cosa que apoyarse en la vieja barandilla, inclinarse hacia delante y dejarse caer.
            Pero cuando estuvo completamente borracho se quedó dormido entre las telarañas del sofá, ante la chimenea de llamitas agonizantes…
            Lo despertó un rayo de sol, o quizá el canto de un gallo, o el sonido de las esquilas de un ganado que pasaba por la calle, camino de los pastos. Se desperezó, se tomó un Alka-Seltzer en un vaso de agua y se preparó un café que lo despejase. Por la ventana de la cocina vio un amanecer luminoso y salvaje, como no lo había visto en muchos años. El sol surgía de un horizonte quebrado de montañas azuladas y blancas. Más acá, los bosques y los prados doraban su verde a la mañana, mientras las pacientes vacas comenzaban su labor diaria de dar buena cuenta de la hierba, que habría de convertirse en leche espesa y nutritiva. Posado en la barandilla de la terraza, cantaba un pajarito, y un indiscreto coleóptero pasó zumbando camino de las vides cercanas. Salió al exterior y respiró con ansia aquel aire puro y fresco, embalsamado de efluvios de flores silvestres, leche recién ordeñada, heno y vida, mientras saludaba a un vecino curtido y con boina que le sonrió desde otra terraza, con un gesto de sincera amabilidad.
            -Hoy va a hacer un buen día, ¿eh, vecino?
            -Sí, desde luego – le contestó Norberto –, va a hacer un día maravilloso.

            Y pensó que quizá no estaba todo perdido, que, a fin de cuentas, las ganancias podían superar a las pérdidas.                                                  





LO PERDIMOS TODO.

Lo perdimos todo, absolutamente todo.
Perdimos nuestros tesoros y nuestras posesiones.
Perdimos nuestros proyectos y nuestros objetivos.
Perdimos el orgullo y la complacencia.
Perdimos nuestra autoridad y el respeto de los serviles.
Perdimos la razón de nuestras razones.
Perdimos normas y dogmas, responsabilidades y servidumbres.
Perdimos todas las palabras que se escriben con mayúscula.
Perdimos la fascinación por lo caro y lo raro.
Lo perdimos todo, incluso nuestras debilidades.
Y nos quedamos desnudos, como larvas trémulas.

Entonces comprendimos que nuestra desnudez era lo único que habíamos poseído siempre.
Y cuando quisimos mirar a través de nuestra piel traslúcida, vislumbramos un inmenso y enigmático espacio interior: todo un Cosmos de amor infinito, con sus galaxias y estrellas.
Y nos dimos cuenta, al fin, de que nunca habíamos sido tan libres y, por lo tanto, tan ricos.

Miguel Ángel Pérez Oca.

jueves, 17 de octubre de 2013

UN ARTÍCULO MÍO EN "ASTRONOMÍA"



ASTRONOMÍA es la mejor revista española dedicada a las ciencias del Universo. Comenzó hace muchos años con el título de "Tribuna de Astronomía", dirigida durante mucho tiempo por Jorge Ruíz y, en esta última etapa, bajo la dirección de Ángel Gómez Roldán, nos ofrece un nuevo y magnífico formato. Se trata de una revista sería y bien documentada, avalada por la Sociedad Española de Astronomía, y con muy buenos colaboradores habituales, todos ellos científicos de reconocido prestigio. Yo estoy suscrito a la revista desde hace más de 25 años y aconsejo a todos los aficionados a admirar el cielo y sus maravillas que se sirvan de ella para documentarse y mantenerse al día en estas ciencias que evolucionan vertiginosamente, con abundantes y nuevos descubrimientos que se reflejan puntualmente en la revista.
En el número del presente mes de octubre, ASTRONOMÍA me ha publicado el artículo "Al fin estuve en Frombork", dedicado a mi reciente viaje a Polonia y mi visita al pueblo donde vivió, observó, escribió su "Revolutionibus" y murió el padre de la Astronomía Moderna: Nicolás Copérnico.
El artículo viene ilustrado con unas fotos de los instrumentos del maestro, su tumba y el panorama desde la torre del campanario de la original Catedral gótica, de ladrillo rojo, de la que Copérnico era canónigo.

   

miércoles, 16 de octubre de 2013

OH, EL DESAMOR...!



La verdad es que hay palabras que uno no sabe cómo interpretar. Una de ellas es "desamor", que a mi me suena como si alguien me dijese que tiene "destemperatura" para indicarme que hace frío. El caso es que el tema a desarrollar en la pasada reunión de la Tertulia Literaria de la Bodega Adolfo era, precisamente, el "Desamor". Yo, sinceramente, esta vez no he quedado satisfecho del todo, porque creo que he cogido el tema por los pelos; pero, en fin, aquí os lo pongo para que lo leáis, si queréis, y me digáis, si os place, qué os parece. Ahí va:


DESAMOR, EXTRAÑA PALABRA.
            -¿Desamor? – me dijo el viejecito encuestado - Nunca, antes de hoy, había utilizado ese vocablo. He necesitado consultar el diccionario para averiguar su exacto significado y poder contestarle. “Desamor s. m. Falta de amor o amistad”, dice el dichoso libro; y a mí se me ocurre pensar que al amor le pasa lo que al calor, al bien o al sabor dulce, a los que les hemos atribuido opuestos que no son tales. Este maniqueísmo, que viene sin duda de los prejuicios religiosos, nos deforma la realidad, y es desmentido por la cultura moderna. Lo contrario de lo dulce no es lo salado, y eso lo saben muy bien los que aprecian un buen plato de cocina cantonesa. Del mismo modo, el bien y el mal pueden convivir en un mismo ente, así que no son propiamente opuestos: la energía eléctrica puede proporcionarnos luz o electrocutarnos, sin cambiar de esencia. En cuanto al calor y el frío, solo son válidos como sensaciones subjetivas, puesto que la temperatura tiene un tope en su base, el “cero absoluto” o ausencia total de calor, que se sitúa en los 273 grados bajo cero. Y el amor y el odio pueden convivir en nuestro ánimo simultáneamente, en nuestras relaciones de pareja: “Ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio”. Así que diríamos que la falta absoluta de dulzor sería lo insípido, no lo salado; la ausencia absoluta de bien sería lo anodino, no necesariamente lo malo; la ausencia absoluta de calor sería la quietud total de las moléculas, solo fría para nosotros, puesto que el frío como tal no tiene entidad; y la falta absoluta de amor, no sería el odio, sino el cero absoluto de la afectividad, la indiferencia… ¿Es eso el desamor?
            -Vaya – le respondí -, me ha hecho usted comprender la inutilidad de esa equívoca palabreja que, después de esta conversación, nunca más volveré a usar, se lo prometo. Porque estimo que el mal llamado desamor está mejor definido con la palabra indiferencia. Si, por el contrario, la consecuencia de una ruptura amorosa, pongamos por caso, provocase sentimientos de rechazo o dolor psíquico, no sería propiamente desamor sino odio, despecho y tristeza en las proporciones que deberían poder medirse con una especie de termómetro sentimental, todavía por inventar.
            -Entonces – prosiguió el anciano -, aclarémonos: A los enemigos armados, en una guerra, los matamos por odio y por miedo; a las ratas y cucarachas las exterminamos porque nos producen aprensión; sin embargo, a las hormigas que invaden nuestra terraza las fumigamos con indiferencia, por estética, por… ¿desamor? Desde un avión las personas parecen hormigas.
            Aquel viejo que yo entrevistaba fue una vez el comandante Paul Tibbets, piloto de un bombardero americano al que bautizó con el nombre de su madre, “Enola Gay”, y fue el encargado de llevar su aparato hasta la vertical de la ciudad japonesa de Hiroshima y lanzar sobre ella la primera bomba atómica operativa de la Historia. Obediente a las órdenes de la superioridad, nunca se cuestionó la legitimidad de su acción, ni se solidarizó con el sufrimiento de los cientos de miles de civiles desarmados, ancianos, mujeres y niños, que murieron abrasados o víctimas de enfermedades de origen radiactivo, o padecieron durante el resto de sus vidas las terribles secuelas de la explosión. Tampoco al vendedor de corbatas Harry Truman, devenido Presidente de los Estados Unidos a la muerte de Roosevelt, le dolió nunca la responsabilidad de haber sido quien ordenó a Tibbets apretar el fatídico botón. Ambos odiaban  a un Japón abstracto que había llevado a cabo la agresión de Pearl Harbour, pero las mujeres y los niños japoneses no eran objeto de sus sentimientos vengativos. Solo sentían hacia ellos el más completo y ausente… ¿desamor?

            El viejecito se alejó de mí, y yo me quedé pensando que en Nüremberg faltaron muchos criminales para ser condenados; porque los nazis asesinaban a los judíos por odio y fanatismo, pero matar con indiferencia es para mi el más odioso y repugnante de todos los crímenes.                                                                 
                                                                                             Miguel Ángel Pérez Oca.

martes, 1 de octubre de 2013

¡HAMBRE!

El tema de la reunión de ayer en la Tertulia de la Bodega Adolfo era "el Hambre" y yo presenté el escrito que acompaño. Espero que os guste:

HAMBRE CANINA.
El interior del refugio antiaéreo olía a humedad, a miasmas, a basura, a heces y a orina. A la luz de una única bombilla que colgaba del techo, un nutrido grupo de seres famélicos y asustados se hacinaba en los bancos corridos que sobresalían de las paredes.
 El viejo Torcuato, ausente en su demencia senil, repetía una eterna salmodia:
            -Arroz con bacalao, puchero con pelotas, gazpacho manchego con conejo y caracoles, pavo al horno… - mientras su hija Leocadia trataba de hacerlo callar.
            -Déjelo ya, padre, que esta gente nos va a linchar si sigue usted provocándola con su lista de manjares de antes de la guerra.
En medio de aquella colección de esqueletos, solo una persona podía lucir  carnes prietas y sonrosadas. Se trataba de la tía Paca, la curandera, de la que se decía que escondía en su desván docenas de jamones, chorizos, sacos de alubias, de  arroz y de patatas y hasta pastillas de turrón, de tabaco y de chocolate. Los campesinos de los pueblos vecinos solían visitarla a altas horas de la noche, para que les curase los males y los miedos por medio de jarabes, tisanas y ungüentos; o incluso para que echara mal de ojo a algún vecino o fabricase un filtro de amor para una moza de buen ver. Y le pagaban en especie, porque la tía Paca no admitía dinero que, según ella, “no servía para nada”. Los labriegos le daban productos de buena calidad, porque tenían de sobra y contaban con buenos escondites en la montaña para sus comestibles y sus animales, ocultos a los ojos de los torpes agentes de abastos que los vigilaban para requisárselos.
A veces, la tía Paca se sentía generosa y obsequiaba a algún vecino con el contenido de su cubo de la basura; y así había quien se mal alimentaba con las mondas de las patatas, las vainas de las habas y las vísceras de los pollos y conejos con los que se nutría la oronda bruja.
La niña Paulita siempre tenía frío, además del hambre que se le sublevaba en sus entrañas de adolescente. Acababa de llegar al refugio con su madre y su hermano mayor, al que ambas habían traído casi en volandas, ya que apenas se tenía en pie y no había ido al frente porque padecía tuberculosis. Ahora estaba sentada en el suelo, arrebujada en una raída manta y miraba obsesivamente los hombros redondos de la curandera, mientras pensaba que aquellas abundantes carnes, tersas e insultantes, estarían exquisitas asadas a fuego lento, chorreando grasa...
-Tengo hambre, tengo un hambre canina, mala puta gorda – rezongaba por lo bajo, desde su rincón, mientras el viejo Torcuato proseguía con su insufrible melopea – “arroz con bacalao, puchero con pelotas, gazpacho manchego…” - y los estampidos de las bombas sonaban cada vez más cercanos, haciendo temblar los castigados muros del refugio.
En eso, una terrible explosión sacudió el recinto y la luz de la bombilla se apagó. En la oscuridad se oían los gemidos de terror de la gente, superados por unos rugidos insólitos y unos alaridos desgarradores que venían del lugar que ocupaba la tía Paca.
Cuando volvió la luz, la curandera yacía en el suelo, inerme y cubierta de sangre. Parecía muerta, con los ojos en blanco y la tez pálida, como la cera.
-¡La han atacado las ratas! – dijo una comadre.
-¿Las ratas? – la corrigió un miliciano desnutrido – No han sido ratas sino una alimaña, un perro rabioso, quizá, o una fiera escapada de un circo. Esos son mordiscos de un carnívoro grande y fuerte. Mirad, le ha arrancado todo el hombro de una sola dentellada… Pero, ¿dónde se esconde ahora ese maldito bicho? – y todo el mundo miró a su alrededor con ojos espantados, tratando de localizar la guarida de la bestia.

En su rincón, sin que nadie reparase en ella, la niña Paulita masticaba y engullía trabajosamente, oculta tras la manta, mientras trataba de limpiarse la sangre que chorreaba por las comisuras de sus labios.                               
                                                                                      Miguel Ángel Pérez Oca.