jueves, 15 de octubre de 2015

UNA TARDE INOLVIDABLE EN LA PRISIÓN DE FONT CALENT


            Ayer estuve en la cárcel. Me había invitado mi amigo Alejandro, psicólogo del centro, para que diera una charla a varios internos e internas que están realizando un taller de lectura dentro de las actividades destinadas a su reinserción social. No tengo nada contra los que están recluidos en los centros penitenciarios. Gente tan valiosa como Miguel Hernández, Giordano Bruno y mi propio padre padecieron esta clase de privación de libertad, por diversos motivos atribuibles todos a la mala suerte. Generalmente, los reclusos de todas las épocas son gente que estuvo en el peor momento y en el lugar más inadecuado, o que se desenvolvieron en ambientes de los que fueron más víctimas que otra cosa. En un mundo perfecto, seguramente, no habría leyes que transgredir ni personas que corregir. Así que no quiero saber, no me interesan los motivos por los que mis nuevos amigos de Font Calent están ahí, sin Internet, sin teléfono móvil, sin libertad para desplazarse a dónde quieran y hacer lo que les dé la gana. No discuto la justicia o la presunta injusticia de su situación. Estoy convencido de que, entre mis conceptos filosóficos no hay sitio para la culpabilidad, al menos, tal como se concibe en nuestro mundo tan dado a considerar indiscutible la ley de la causa y el efecto, y el libre albedrío. Ya lo he dicho: No me importa. Solo sé que me encontré con un grupo de hombres y mujeres, la mayoría jóvenes, que me recibieron cordialmente, como a un buen amigo que venía a visitarlos y a animarles a escribir sin vergüenzas, sin miedos, sin timideces; porque tienen muchas cosas que contar y mucho tiempo para escribirlas. Por mi parte, les relaté mi experiencia de cuando yo también me vi privado de libertad durante 17 meses de servicio militar, en un puesto fronterizo de las montañas de Sidi Ifni; y donde, de hecho, aprendí a escribir, a romper mi soledad entregando a los demás mis sentimientos, mis impresiones, mis anhelos… Les había mandado varios cuentos de los que escribo para mi tertulia literaria y ayer les llevé un ejemplar de mi libro “Los viajes del padre Pinzón” que cuenta las singladuras de Colón y Magallanes por los océanos del mundo. Va destinado a la biblioteca del centro, para que todos los que lo quieran leer, crucen conmigo las luminosas aguas de este planeta y sus velas se llenen del viento glorioso de la  libertad. Vi en muchos ojos de mis nuevos amigos el brillo de la esperanza y les deseé mucha suerte en los azares de su vida futura; les deseé con toda el alma que sepan disfrutar su futura libertad, que aprovechen bien sus potencialidades y que se libren para siempre de la racha de mala fortuna que sin duda los ha llevado a Font Calent.
            Fue una tarde inolvidable que agradezco a Alejandro y a mis nuevos amigos y amigas que voy a tener siempre muy presentes en mi ánimo. Los buenos contactos humanos son los que enriquecen a ambas partes y, al menos yo, salí enriquecido de este encuentro.
            Gracias.

                                                                       Miguel Ángel Pérez Oca.

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