martes, 31 de mayo de 2016

LA INEFABLE EMOCIÓN DE VOTAR.



El tema de la tertulia de ayer era "Emoción" y yo he participado con este relato que os pongo a continuación; aunque más que emoción lo que en él se refleja es el desencanto. Emoción la de entonces.

LA INEFABLE EMOCIÓN DE VOTAR.
            Y allí estaba Nemesio, 45 años a la espalda con los primeros achaques propios de una prematura decadencia física, tensión arterial alta, corregida con pastillas, un trabajo rutinario que no le gustaba nada, esposa gorda y ausente, tres hijos varones en un instituto de enseñanza media, un pisito modesto y, en cierta medida, acogedor y un coche utilitario con doce años de vida. No se consideraba muy inteligente ni era valiente para haberse comprometido en política. Bien le había advertido su padre, que en gloria estuviera: “Nemesio, no te metas en política, que al final siempre vamos a la cárcel los mismos”. Porque el pobre hombre se había pasado ocho años en una prisión franquista, al acabar la guerra, por el delito de Auxilio a la Rebelión y estaba muy escarmentado. Alguno de los amigos del “cole” y vecinos de Nemesio sí que habían militado en partidos clandestinos y alguna vez los habían arrestado; pero, curiosamente - o no tan curiosamente -, Pepito Fraile, hijo de un concejal excombatiente de la División Azul, era inmediatamente liberado por su papá, y los “polis” de la Brigada Político Social no le tocaban un pelo. En cambio, el bueno de Roberto, que era hijo y nieto de rojos, recibía todas las bofetadas y ya se había pasado alguna temporada en chirona. Ambos habían cometido el mismo delito, según las leyes franquistas, pero, por lo visto, el pedigrí era muy importante para los agentes del orden. Por eso, Nemesio, bien aconsejado por su progenitor, se había mantenido siempre al margen de actividades políticas contra la dictadura, por mucho que el franquismo le diera un profundo asco.
            La cola era larga y la emoción se pintaba en muchos rostros. Había quien llevaba los sobres de los votos en alto, como si fueran una pancarta. Hombres y mujeres corrientes, algún mozalbete luciendo su recién estrenada mayoría de edad, unas monjas de mirada inquieta, un viejecito en silla de ruedas, todos mostraban actitudes más o menos emocionadas. A Nemesio le temblaba el pulso conforme se aproximaba a la mesa electoral. Y al fin se vio ante el presidente y los vocales, los interventores de los distintos partidos y un guardia que le dedicó un ademán amable para que se aproximara. El presidente era su viejo amigo Roberto, que en ese momento le sonreía con un gesto de complicidad, dando sin duda por buenas todas las bofetadas que había recibido en su larga lucha por la democracia. A un lado, con la acreditación de interventor de un partido de izquierdas a modo de escapulario, estaba Pepito Fraile, con una actitud digna, como de reproche ante su cobardía de tantos años. Nemesio pensó que para Pepito había sido muy fácil luchar contra el régimen, respaldado siempre por el respeto o el miedo que infundía su padre, y la negligencia de éste hacia sus “pecadillos de juventud”. En el fondo, había jugado con ventaja, y ahora se las daba de héroe de la democracia. En cuanto al guardia, tan simpático y servicial, seguro que hasta hacía poco había estado dando hostias a los malditos “subversivos” que, al final, se habían salido con la suya, muy a su pesar.
            Nemesio avanzó con paso inseguro, embargado por la emoción de votar por primera vez en su vida, y se llegó a la mesa, cuyos componentes, en su mayoría, eran conocidos suyos. Sonrió a todos, mostró su DNI, que una chica leyó en voz alta, mientras otro vocal y los interventores marcaban su nombre en las listas. Después entregó los sobres, que Roberto introdujo en las urnas mientras le guiñaba un ojo.
            Qué emoción; tanta que un violento espasmo placentero le recorrió la espalda y las piernas, mientras se le hacía un nudo en el vientre. Trastabilló al volverse para salir del colegio, y estuvo a punto de caer, mientras se apresuraba a ocultar a los presentes la evidencia de su explosión emotiva; porque una mancha de humedad en la entrepierna delataba el orgasmo que acababa de experimentar. ¡Qué apuro! ¡Qué vergüenza!

            Ahora Nemesio tiene ochenta y cuatro años y piensa que, vista la situación política actual, tampoco era para tanto.                                                 MAPérez Oca

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