jueves, 27 de octubre de 2016

ACEPTACIÓN.



Influido, seguramente, por el ambiente político que se respira hoy en este país, y como continuación del artículo precedente, he presentado en la Tertulia este trabajo sobre el tema propuesto, que era "Aceptación". Seguro que os resulta familiar, ¿verdad?

LA HORA DE LA ACEPTACIÓN.
            El abuelo tiene muchos años, tantos que le permiten gozar de una perspectiva histórica lo suficientemente amplia como para juzgar muchas cosas. Luchó en la Guerra Civil, combatió en el Maquis francés contra los nazis, sufrió un largo exilio lejos de sus hijos y no volvió a España hasta que murió el dictador. En su juventud fue testigo de los enfrentamientos entre los partidarios de Prieto y los de Largo Caballero en el seno del Partido Socialista, su partido de siempre, cuyas crisis actuales no le sorprenden lo más mínimo y se las toma con filosofía; aunque a veces le indignan las manifestaciones simplistas y demagógicas de los actuales políticos de la izquierda y la derecha.
            -Entonces nos enfrentábamos con pasión y sin ocultar nada. Al pan le llamábamos pan y al vino, vino… - me dice a menudo – Y no como vosotros, siempre cautelosos y maquiavélicos, con el discurso prefabricado a base de argumentario.           
El abuelo se sienta en su mullida butaca, frente al televisor, y se entretiene limpiando su vieja pipa de espuma de mar, que no usa ya por prescripción facultativa.
            -¿Qué te han parecido mis declaraciones de hoy en la tele, abuelo? – le pregunto.
            Y él me mira con sus viejos ojos descoloridos, que ya han visto tantas cosas.
            -Me han parecido una mierda – me responde. Y yo, desde mi soberbia de flamante dirigente de la nueva política, me siento herido, aunque ya me lo esperaba.
            -Mira, muchacho – prosigue -, perdóname, pero me cabrea la gente como tú. Parecéis loros con la lección aprendida. Hacéis juegos malabares con las palabras para no decir nada que os comprometa… A ver, cuando esa periodista tan valiente te ha dicho: “Pero, señor diputado, sobre este asunto, ¿cuál es su opinión personal?”. Tú te has evadido con citas a no sé qué filósofo y al final te has escudado con el argumento fácil de que se hará lo que acuerden los militantes en una próxima asamblea… ¡Coño! Eso no es lo que te ha preguntado. Eso ya lo sabemos, pero la periodista te ha pedido tu opinión personal y tú te has escurrido como una anguila. Y todos los políticos de ahora sois así de demagogos, y se os ve el plumero. Me enfadé mucho cuando mi candidato decía que votaría NO a facilitar la investidura del Jefe del Gobierno, que NO se aliaría con partidarios de la consulta catalana y que NO habría nuevas elecciones… Pero, ¿cuál era, entonces, su alternativa? – Yo le doy la razón con un gesto mudo pero elocuente, aunque reconozco que los demás, a la izquierda y la derecha, son igual de manipuladores; y él se me enfrenta iracundo – Vale, y en este caso de hoy, ¿cuál es tu opinión? ¡Porque ese rollo de la alianza secreta entre malos y traidores no me lo trago!
            Empiezo a argumentar complicadas frases evasivas, que él me corta enseguida.
            -¡Déjate de rollos conmigo, Maquiavelo de vía estrecha! Y dime la verdad.
            Yo admito que el caso tiene un análisis muy complejo, pero que lo que más conviene a los míos es explotar la consigna más simple, contundente y maniquea…
            -Sí, merluzo, pero ¿cuál es tu opinión? Dímela sin tapujos. ¡La tuya, coño!
            Y yo bajo la cabeza y reconozco cuál es la que proclamaría si de mí dependiera.
            -¿Y por qué no lo dices en público, abiertamente?
            -Porque, si después mi partido adopta otra posición, podría costarme el cargo…
            -¡Malditos hipócritas! Pero al día siguiente de que vuestra dirección tome una decisión firme, todos coincidiréis con ella, ¿verdad? Por eso la gente ya no cree a los políticos, ni nuevos ni viejos. Pues, mira, yo te exijo que seas honesto y le digas a esa periodista cuál es tu verdadera opinión. Y déjate de pamplinas para crédulos.
            Me marcho de casa del abuelo muy afectado. El viejo tiene toda la razón. Y pienso que ya es hora de que alguien diga la verdad al pueblo. Estoy dispuesto a aceptar mi condición de poseedor de un criterio personal. Es la hora de la aceptación.

            A la puerta del Congreso me espera de nuevo la periodista. Hincho el pecho y me dirijo a ella, aceptando al fin confesarle la verdad, mi verdad.     

                                                                                                         MAPérezOca.

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