lunes, 14 de agosto de 2017

HABLEMOS DE VENEZUELA.


Lo que más me disgusta de los medios de comunicación actuales es que en ellos predomina el espectáculo sobre la información rigurosa. Estamos hartos de ver sangre, muertos y destrucción en distintas guerras y episodios violentos, pero muy pocas veces se nos informa de manera adecuada y fidedigna del origen de esos conflictos y las intenciones y aspiraciones de quienes se enfrentan en ellos. Lo mismo pasa con Venezuela, agravado por un sesgo intencionado de información tendenciosa contra la llamada opción bolivariana, fomentado sin lugar a dudas por los intereses del capitalismo americano y de la oligarquía local. Otra cosa es que Maduro no despierte al cien por cien nuestra simpatía y nuestra confianza. Es un tipo duro, quizá demasiado antipático, con una dialéctica grandilocuente e infantiloide que no nos convence a los viejos progresistas europeos, y un soporte ideológico, heredado del general Chávez, que se proclama “bolivariano” de una manera que, al menos yo, no acierto a descifrar en todas sus características político sociales (Al fin y al cabo Bolívar era un miembro liberal de la buena sociedad colonial). Por otro lado, no le he oído nunca ninguna mención a Marx, que yo sepa, pero, bueno, eso ya no se lleva, pese a su permanente vigencia. Por todo ello, tengo claro quiénes son los malos en esta historia: los oligarcas y sus secuaces; pero me encuentro desconcertado hasta cierto punto por quienes deberían despertar mis simpatías y adhesiones.
            Tomar un café, un vino o un refresco con una persona muy bien informada del asunto venezolano y que merece toda nuestra confianza, es un lujo que la praxis ética de los medios de comunicación debería hacer superfluo, pero que no lo es, desgraciadamente. Y así uno se tiene que buscar la buena información por su cuenta, contactando con quienes se la pueden dar de verdad.
En primer lugar, hay que analizar la composición social del pueblo venezolano. Como el de muchos países americanos, sus clases sociales no se corresponden a las europeas; por lo que se hacen muy difíciles las comparaciones. La clase alta está formada por una oligarquía criolla, heredera de los antiguos colonizadores españoles. Hoy día está alineada con los intereses capitalistas globales, y no tiene ningún escrúpulo ni aprecio alguno por el pueblo llano, en absoluto, como se ve en la sucesión de sus adhesiones a las distintas dictaduras de derechas y gobiernos corruptos que jalonan la historia del país. La clase media, compuesta por profesionales, especialistas y empresarios de mayor o menor entidad, es relativamente pequeña, comparada con el resto de la población, y guarda una ideología conservadora, celosa de sus más o menos  importantes ventajas sobre la clase baja. En cuanto a esta clase baja, proletaria y campesina, pobre, inculta y desinformada, es exageradamente voluminosa y ha sufrido penurias que no deberían darse en un país rico en materias primas como Venezuela.
En una situación como esta, se entiende que una revolución encaminada a satisfacer a la clase baja en sus más elementales necesidades y derechos se hace a costa de los privilegiados, o es imposible hacerla. La oligarquía se ve perjudicada en sus intereses, pero sobrevive holgadamente porque cuenta con enormes medios económicos. Así que es la clase media la que se ve dañada realmente en sus hasta ahora modestos privilegios. Ellos son los que nos cuentan la desastrosa situación del país (desastrosa para ellos) e intentan sobrevivir y conservar su estatus viniendo a Europa a ejercer sus profesiones. A este respecto, no podemos hablar con la gente de la clase baja porque no vienen aquí a contarnos cómo les va. Ya quisieran ellos poder viajar y conocer mundo. Así que la mayoría de las informaciones que tenemos sobre Venezuela provienen de gente de la clase media, fugitiva de la revolución, o de tendenciosas informaciones de la prensa internacional, regida por el Capitalismo mundial.
Habría que analizar las causas que llevaron a los proletarios venezolanos a abstenerse en unas elecciones cruciales o a votar contra sus intereses en los comicios a un Parlamento que resultó de mayoría derechista. ¿Desinformación? ¿Crisis económica manipulada? ¿Errores de Maduro? El caso es que el comportamiento de Maduro, quizá torpe y antipático, no se ha salido hasta ahora de lo razonable. Las elecciones siempre han sido limpias en Venezuela, desde los tiempos de Chávez, como lo atestiguan los informes de los observadores internacionales. Y la actual pugna del Gobierno con el Parlamento de mayoría derechista o de la oposición con la nueva Asamblea Constituyente, han alcanzado cotas de legalidad quizá discutible y, sobre todo, negociable. Pero los intentos de Maduro de salir de esta situación están siendo boicoteados sistemáticamente por la violenta actitud de una tenaz oposición de derechas, apoyada con actos de fuerza por los agentes profesionales de la reacción golpista, que ya han intentado al menos en dos ocasiones derrocar ilegalmente al gobierno elegido en las urnas.
El problema se agrava por el sistema presidencialista que rige en Venezuela y en la mayoría de los países americanos y que ya ha provocado en muchas ocasiones enfrentamientos entre el ejecutivo y el legislativo. Este sistema dio lugar a la tragedia de Allende en Chile y ahora al enfrentamiento entre Maduro y la Cámara Legislativa. Si el gobierno, como en España y muchos otros países europeos, surgiera del Parlamento por mayorías, estos enfrentamientos no se podrían dar.
Es un hecho histórico que el acoso continuado y artero, desde fuera y desde el interior, contra la Revolución incipiente provoca en sus dirigentes y en el mismo pueblo revolucionario, una actitud defensiva, cada vez más fuerte, que puede acabar, y de hecho acaba muchas veces, en totalitarismo. Ya en tiempos de la Revolución Francesa, el caso de los jacobinos de Robespierre y el Terror es del todo significativo. Después vendrían Stalin, Castro, Mao, etc., etc., hasta llegar a los tragicómicos aspectos de la actual dirección de Corea del Norte y el culto a la personalidad.
Venezuela está en una encrucijada histórica decisiva. Si la Revolución de Maduro triunfa limpiamente, por medios democráticos, y no cae en el autoritarismo, el ejemplo puede cundir en el resto del mundo americano y africano. Y eso la oligarquía capitalista mundial no lo puede consentir. Una de las armas de esa oligarquía es la desinformación, la ahora llamada post-verdad, con la creación de tópicos y tabúes que impidan a los pueblos desinformados hacerse cargo de la situación. Esa, me temo, es la situación actual de Venezuela y no debemos consentirla. Ya tenemos claro quiénes son los enemigos de todos los pueblos, quiénes son los que están poniendo en peligro la misma supervivencia de la especie humana por sus inconfesables intereses de capitalismo feroz e incontrolable, y quiénes son los que mueven los hilos de la prensa para contarnos mentiras interesadas. Exijamos pues a los revolucionarios venezolanos el respeto a la democracia y los derechos humanos, que hasta el momento no parecen haber sido conculcados pese a las sospechosas informaciones de la prensa sumisa, pero tengamos muy claro que ellos, los bolivarianos, son de los nuestros y que la derecha en general trabaja para los amos, nuestros enemigos. Maduro se esfuerza en negociar con la oposición y quiere convocar una Comisión de la Verdad que desenmascare a los impostores, pero la derecha venezolana se resiste y boicotea sistemáticamente cualquier iniciativa de progreso, lo que desvelaría sus turbias intenciones si estuviéramos todos bien informados.
Yo, al menos, lo tengo muy claro: Maduro lo puede hacer mejor, seguramente, pero la alternativa presuntamente liberal a Maduro es el regreso de Venezuela al redil de la explotación y los privilegios seculares en un país que merece mejor suerte. La gente pobre de Venezuela lo sabe muy bien y no renunciará a los derechos conquistados. Que la presión no les lleve a reclamar un excesivo autoritarismo que desvirtuaría a la larga a la misma revolución, como pasó en la URSS, en China y en tantos otros sitios que, a la larga, también han caído en manos del Capitalismo fagocitador.
La democracia es imprescindible, porque sin libertad no hay revolución.
Lo dijo nada menos que Rosa Luxemburgo.
Miguel Ángel Pérez Oca. 



    

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