martes, 28 de noviembre de 2017

KENIA


El tema para esta Tertulia era "Reina" y yo he relatado en mi trabajo lo que le ha ocurrido a mi gatita Kenia. Espero que os guste:

LA REINA DE LA CASA.
            Siempre había estado en segundo lugar. Cuando, por las mañanas, les ponía el pienso, ella se sentaba a una distancia prudencial del comedero hasta que Kepler, el grandullón de 8 kilos, terminaba su pitanza. Después se acercaba poquito a poco y comía a pequeños y crujientes bocaditos. Kepler, el grandote, me ha tomado como su trono y en cuanto me siento en el sofá a ver la tele, él salta a mi regazo y se repantinga en espera de mis caricias en el lomo rotundo de color canela. Kenia, la pequeña y prudente Kenia, jamás osaría usurparle el puesto al jefe de la pareja felina. Ella se conforma con acercarse por el reposabrazos y darme un masaje gatuno en el hombro, mientras ronronea. Entre los gatos también hay machismo.
            Kenia es una gatita preciosa, de raza siamesa impura, con el lomo gris perla y la cabeza y las patas negras. La encontramos hace diez años a la puerta de un garaje, expuesta a ser aplastada por los coches de entraban y salían. Tenía un acusado estrabismo en el ojo izquierdo y seis dedos en la mano derecha. Seguramente era el desperdicio desahuciado de una camada perfecta. La acogimos y la llevamos al veterinario, que le amputó el dedo sobrante y le recetó unas vitaminas que, al fortalecerla, le corrigieron el defecto ocular. Es muy habladora; se pone delante de mi y maúlla, esperando que le conteste, y así entablamos largas conversaciones de maullidos.
            Pero recientemente, Kenia se nos puso mala. Empezó a adelgazar y el pelo se le volvió crespo y extraño. Se pasaba el día en mi butaca del estudio con la cabeza gacha, pero con los ojos muy abiertos. Una mañana descubrí que había orinado sangre y apenas se movía. La llevamos al veterinario, que le puso inyecciones de cortisona.
            -Si no reacciona – nos dijo – esta gata se os muere.
            Al regreso a casa, la puse en mi regazo bajo la mirada ofendida del grandullón Kepler. La acaricié en el lomo crespo y oscuro y ella me miró a los ojos, le costaba levantar la cabeza, pero se puso a ronronear. Dicen que el ronroneo es la forma de expresar gratitud que tienen los gatos, tan parcos en expresiones. Y yo, incapaz de hacer nada más por ella, seguí acariciándola mientras dos silenciosas lágrimas humedecían mis mejillas y se ocultaban en mi barba. Lloré un rato y me prometí que si Kenia se salvaba sería en adelante la reina de la casa. Por mucho que Kepler protestara.
            Esta mañana la he visto avanzar por el pasillo, con sus andares ondulantes de siempre. Kepler estaba devorando su pienso y ella, arrogante por vez primera en su vida, lo ha apartado con indiferencia y se ha puesto a comer con ansia. Y Kepler no se ha atrevido a impedirlo. He observado que está engordando de nuevo y sé que se pondrá bien.
            Ahora sí, ahora es la reina de la casa.

                                                                                   Miguel Ángel Pérez Oca


                                                                                          (500 palabras)

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