viernes, 29 de diciembre de 2017

¡COCODRILOS!



El tema de la tertulia de ayer era COCODRILOS y yo presenté dos trabajos: este que os pongo aquí sobre estos bichos y un poema que os pondré a continuación.
Espero que este trabajo os haga reflexionar sobre la crueldad de nuestra especie:

EL RECINTO DE LOS COCODRILOS.

            Era el lugar que más me gustaba del Parque Zoológico; no sé si porque era el más alejado de la civilización y uno tenía la sensación de encontrarse en el mismo corazón de la selva. Allí, bajo la sombra de un sicomoro, solía sentarme en un rústico banquito hecho con medio tronco de palmera y, apoyado en la corteza rugosa, leía alguna novela de exóticas aventuras africanas.
            Aquella mañana, me llamó la atención el rumor de un motor eléctrico. Un empleado conducía una especie de carrito de golf que tiraba de un remolque metálico. Se acercó a la baranda junto al foso que separaba a los temibles reptiles del público y abrió la tapa del remolque.
            -¡Venid, cabrones, a por vuestra comida! – gritaba, mientras los saurios iban acercándose con su pesado caminar.
            Extrajo una gallina del depósito, la agarró por las patas y estrelló su cabeza contra uno de los mojones de piedra que sujetaban la verja. Después, todavía aleteando mientras agonizaba, echaba al pobre animal en las cercanías del saurio de mirada aviesa al que le faltaba tiempo para tragárselo en un revuelo de plumas y cacareos agónicos.
            Invadido por la repugnancia, pregunté al empleado por qué hacía eso.
            -A estos hijoputas les gusta comerse a sus presas vivas, pero si no las atonto primero con un buen golpe, echarían a correr y se escaparían… Que una gallina corre más que un cocodrilo.
            Repitió la operación varias veces, hasta que todos los cocodrilos estuvieron saciados. Después me invitó a acompañarle a ver cómo daba de comer a los dragones de Comodo y cómo les echaba ratones vivos a las serpientes.
            -Las bichas los seducen con su mirada hipnótica y se los tragan mientras ellos no paran de temblar con los ojos desorbitados...
            Decliné la invitación. Aquel tipo me pareció una mala persona.
            Esa noche tuve una pesadilla horrible:
            La Tierra había sido conquistada por una raza alienígena de arañas peludas inteligentes del tamaño de un ser humano. El Zoológico seguía existiendo tal como yo lo conocía, salvo que habían inaugurado una nueva zona donde se podía ver a una familia entera de homo sapiens. El nuevo empleado cuidador de los cocodrilos era una de aquellas enormes arañas extraterrestres. Se detenía junto a la baranda, como su predecesor, pero en lugar de sacar gallinas del remolque, extraía niños sonrosados y llorosos a los que sujetaba por los tobillos y les estrellaba la cabeza contra el mojón, antes de echarlos a los saurios, que los devoraban en dos bocados, entre un revuelo de sangre y gemidos agónicos.
            La araña se volvía hacia mí y me invitaba a verla cómo alimentaba a los dragones de Comodo, y yo declinaba la invitación. Bajaba la mirada y veía mis patas peludas. Yo también era uno de aquellos seres.
            Me desperté sudoroso y no fui capaz de desayunar tostadas con fiambre de pollo. Aunque debo reconocer que la araña alienígena no me pareció más cruel que el empleado que echaba gallinas moribundas a los cocodrilos.

                                                                      Miguel Ángel Pérez Oca.


                                                               (500 palabras, sin título ni firma. )


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